Caperucita Blanca

Eduardo Dermardirossian
eduardodermar@gmail.com

Era un río que dividía el valle, no muy ancho ni tan profundo. Un río como tantos, pero con la particularidad de que desde la ribera donde vivía Caperucita Blanca no se avistaba la otra. No por la distancia sino porque un fulgor, un brillo intenso impedía ver la otra costa. Nunca nadie de este lado había osado cruzar el río. Había un halo de misterio y de temor porque se contaban historias, a cuál más extraña, sobre la otra costa: que animales desconocidos habitaban ahí, que Dios tenía ahí su templo, que los espíritus de los antepasados eran sus moradores y otras historias curiosas. Y se comentaba que quien cruzara el río ya nunca más regresaría.

“¿Entonces para qué es el puente de plata que atraviesa el río?” Esta pregunta se hacía Caperucita y con ella acosaba a sus padres y vecinos. La duda azuzaba su mente, blanca como su capucha, y no dejaba de imaginar la otra ribera de diferentes maneras, insólitas a veces. Curiosa, la niña no cesaba de preguntar e imaginar cosas para hallar respuestas. Por eso a Caperucita Banca la llamaban también Caperucita del Río.

Cierta vez, una viejecita que tenía cien años le dijo a la niña que el mundo está dividido en dos. Dos partes tiene el mundo. Una parte, la que todos habitamos, es azul y rojo y amarillo y verde y de tantos colores, y en ella viven quienes ya no tienen el alma blanca. Una pequeña manchita en el alma te impide vivir en la otra parte del mundo. Y la anciana también le dijo a Caperucita que aquel río dividía ambos lugares del mundo. “Entonces la ribera de enfrente es el otro lado del mundo y ahí viven los que tienen el alma blanca.” Este pensamiento acompañaba a Caperucita cuando caminaba por la vera del río.

Cavilaba la pequeña acerca de ello y crecía, crecía cada vez más la tentación de cruzar el río. “¿Regresaré?”, se preguntaba. “Y si no regreso nunca más veré a mis padres, ya no jugaré en los prados. ¿Quién me querrá allá si no regreso?” Cavilaba Caperucita Banca, dudaba y dudaba pero cada día se sentía más tentada de cruzar aquel puente de plata. “¿Tendré yo el alma blanca? ¿Podré regresar si cruzo aquel puente de plata?”

Y cierta mañana, cuando el sol ya entibiaba el aire, Caperucita aprontó su canasta con frutas y flores multicolores y enderezó el rumbo en dirección al puente. Decidida y sin mirar atrás, tomada de la baranda lo cruzaba sin temor cuando de pronto desapareció la niña... Se esfumó... Como si un pájaro invisible la hubiera cubierto con su ala ya no se vio a Caperucita Blanca. ¿Dónde estás pequeña? ¿Qué fue de ti? ¿Acaso has cruzado en un carro mágico a la ribera opuesta? ¿Es blanca, enteramente blanca tu alma, Caperucita del Río?

El sol se escondió detrás de negros nubarrones y un viento huracanado sopló desde la otra orilla trayendo lluvias torrenciales con rugidos del cielo y fogonazos feroces. No sé cuánto duró aquella lluvia. Pero sé, porque me fue revelado por la anciana centenaria, que de pronto Caperucita se encontró en su casa rodeada de sus padres y de sus animales. Y sé también que la niña nunca le contó a nadie lo ocurrido. No se supo si guardaba en su memoria algún hecho, alguna imagen del otro lado del río.

Sé, y supieron todos los vecinos, que a partir de ese día Caperucita fue más buena con todos, grandes y pequeños, más de lo que había sido hasta entonces, que era mucho; más que las hadas buenas y que los duendes de los sueños. Y sé también que además de blanca su capucha era blanca también su alma. Lo sé de cierto. Lo sé porque las flores multicolores que llevaba en su cesto regresaron bancas de de aquel viaje misterioso.

Niño o adulto, sabe que si olvidas este cuento no podré repetirlo. Porque ya mismo lo he olvidado*.

Qué cosa es el misterio lo ignoro. También ignoro qué es el silencio. Y la vida y el río. Ese río ante el cual quedaron perplejos Heráclito y Borges y Jacinto. ¿Es el límite? ¿Hay, acaso, límite? ¿Es dos el universo o uno? Me pregunto, en fin, si es preciso inquirirlo todo.

Caperucita Blanca creyó que sí y cruzó el puente de plata (¿lo cruzó?) y regresó en silencio. Guardó el secreto para sí y no quebró el misterio quizá para que el infinito universo siga siendo, para que el hombre siga preguntándose –hoy y siempre- si es dos o uno, él y el resto.

* De la colección Cuentos de Caperucita para Mariel.
Hecho el depósito ley 11723.